1.2.11

La Sangre (32)

En algún momento escuche de algún necio que no debíamos hablar tanto de la "sangre de Cristo" porque algunos no lo entendían, y podía poner distancia.

Pero hoy estaba meditando, y me sobrecogió pensar en la Sangre de Nuestro Señor, y si no hablara de ella, las piedras lo harían.

La Sangre, no la que clama por venganza, como la de Abel, sino que "habla mejor" pues nos habla de un nuevo Pacto.
No la que mancha nuestras manos, y habla de nuestro pecado, como la de David
No la que desenvaina la espada e invoca una espiral de odio y violencia

No, la Sangre vertida por mi Señor en tierra y que clama al Padre por perdón, la sangre rociada de Jesús cual cordero inmolado -no abrió su boca- pero tambien como Sumo sacerdote expiando una vez y para siempre mi pecado. El cordero y el León

La sangre, que estando muerto en mis delitos y pecados, me dio vida, me vivifico, me dio un corazón de carne, me dio gozo y esperanza.

Hay un pasaje que conmueve profundamente en la Pasión, cuando Pilatos está viendo a ver como liberar a Jesús, no hayandolo culpable, y el pueblo lo resiste:
"Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud que pidiese a Barrabás, y que Jesús fuese muerto.
Y respondiendo el gobernador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y ellos dijeron: A Barrabás.
Pilato les dijo: ¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? Todos le dijeron: ¡Sea crucificado!
Y el gobernador les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado!
Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros.
Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos." 27:20-25
El acusador de nuestros hermanos probablemente pensó que era su gran victoria, y lo que ignoraba es que esa declaración, esa maldición fue mutada en bendición, pues Él se hizo maldito en la Cruz, y esa sangre declarada sobre sus cabezas y la de sus hijos suponía perdón de pecados, Salvación. La "muerte sorbida en victoria" en ese "consumado es".

La sangre de Cristo, la que jamás perderá su poder, la que me da fuerzas de día en día.
Esa es la canción que solemos cantar en la Santa Cena en mi iglesia, y que os pongo a continuación, en una versión de mis hermanos Jony y Dani.
Os pido que hagáis una parada en este momento, que meditéis en ello, y la escuchéis en silencio, espero que el momento os bendiga tanto como lo ha hecho en mi:


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